Electrónica, modernidad e ingenieros estatales
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Tras su aparición por primera vez a mediados de los años noventa del siglo XIX en el trabajo de ciertos físicos y redefinir por completo la naturaleza de la electricidad, el electrón se convirtió en el emblema de una ciencia llamada «moderna», alejándose así de los enfoques calificados en la época como «clásicos». Por un lado, los personajes y los colectivos que propugnaban estos últimos en Francia parecían antiguos alumnos de las escuelas de ingeniería. Este artículo pretende examinar sus reacciones a las críticas intelectuales y políticas que les dirigieron los defensores del electrón. Lejos de rechazarlo, lo reinterpretaron para incorporarlo a su propio universo simbólico e institucional centrado en teorías matemáticas e instrumentos de medición. Estas actitudes cobraron sentido en el paisaje más general de la ingeniería eléctrica a medida que los ingenieros del Estado la reorganizaron en sus conocimientos y equipos. Apoyándose en imaginarios racionalizadores, el despliegue de las redes eléctricas prometía un futuro socialmente pacificado y económicamente estabilizado gracias al control que ejercían las élites técnicas, garantes del bien común. En definitiva, se estableció para la electricidad una nueva versión del viejo proyecto tecnocrático e industrializador. Ni radical ni conservador, sino más bien progresista y continuista, el nuevo paradigma marginó el alcance subversivo del electrón, restringiendo la revolución que podía traer consigo a un futuro lejano e improbable.
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