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En Francia y en otros lugares, se suele pensar que las mujeres «pierden» su apellido de nacimiento cuando se casan o que no pueden transmitir su apellido a su hijo. Lo que es menos conocido es que los hombres casados también pueden llevar el apellido de sus esposas o que ambos miembros de la pareja, casados o no, pueden pasar los dos sus apellidos a su/s hijo/s. El «apellido de la mujer» (y su transmisión) ilustra bien cuáles son las discrepancias que existen entre lo que la ley permite y los usos sociales que los individuos hacen de él. Esto puede explicarse por la larga historia patriarcal de las sociedades –literalmente dirigidas por los padres–, cuyos gobiernos han sido desafiados por una serie de políticas públicas destinadas a lograr una mayor igualdad entre mujeres y hombres desde finales de la década de 1960. En materia de apellidos, estas «políticas de género», impulsadas por las recomendaciones de la Unión Europea, son más recientes.