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El desarrollo constante y simultáneo de la tecnoburocracia y de las lógicas de gestión verticales, la dependencia política, la erosión de la transmisión de competencias vinculadas a las profesiones, la gobernanza por números, la narración de historias tan enfática como invasiva, el compromiso personal y el tiempo de acompañamiento humano reducidos al mínimo, etc.: en el estado actual del trabajo social, ¿es posible considerar, sin ingenuidad culpable, que este campo de actividad, tan dependiente de la sociedad que lo instituye, sería capaz de ofrecer una feliz resistencia a los estragos del presente?