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Ciertos desórdenes somáticos traducen una fragilidad del yo corporal que se remonta a vivencias infantiles tempranas. A partir de la terapia de un niño «vomitador», el autor, psicoanalista, muestra cómo la introyección pulsional no puede tener lugar debido al fracaso de los mecanismos de proyección en la relación con un objeto primario con un apuntalamiento defectuoso. Si este último permanece demasiado atrapado en la patología de sus propias relaciones, hace problemática la posibilidad de introyección e identificación con un objeto interno para-excitante que permita psicologizar la excitación, favorecer la intrincación pulsional y la reactivación autoerótica. En su lugar, la incorporación del objeto refuerza la dependencia de este objeto primario poco sostenedor. La relación transferencial-contratransferencial, su capacidad de «continente» en el sentido de Bion, contribuyó a la elaboración introyectiva de la pulsionalidad que permite la separación.