El conspiracionismo, ¿una enfermedad senil de la democracia?
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Entre la crisis sanitaria, la ecológica, la económica y la social, el futuro de la humanidad nos compromete en nuestras elecciones civilizatorias y en nuestro modo de vida. Atravesamos un período turbulento que nos sitúa en el umbral de una ruptura antropológica. Desde el discurso científico hasta el político, pasando por el conspirativo... el virus nos contamina física pero también psíquicamente. ¿Cómo subjetivizar estas transformaciones inéditas que nos asustan? Ante los retos de la humanidad, la crisis hace volar la imaginación. La «solución» conspirativa es un mecanismo proyectivo de defensa que busca fuera al culpable designado para calmar la angustia y dar la espalda a los verdaderos problemas. El conspiracionismo bebe de las mentiras oficiales para dejar que el flujo de su ira se despliegue en fantasías elevadas al rango de verdades alternativas, una construcción ficticia que pone en peligro la democracia. Entre la manipulación política y la conspirativa, entre la perversión del Estado y las fantasías paranoicas, el movimiento se histeriza en las redes sociales y profundiza el disenso.
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